lunes, 23 de septiembre de 2013

Malentendido Neruda

  
 
    Los trenes de hoy en día carecen del romanticismo de antaño. Añoro ese traqueteo que te mece y hasta parece que te acuna. Ver desfilar los árboles sin que te dé tiempo a reconocerlos. Llevo ya casi cuatro horas intentando cerrar los ojos, pero nunca he logrado dormir tan profundamente como el viajero que tengo enfrente. Su indolente vulnerabilidad me asombra. Sus gafas redondas resbalan por su pequeña nariz y el periódico “Blesk” está a punto de caer de una de sus manos, mientras con una fuerza inexplicable se aferra a su viejo maletín entreabierto con la otra. De éste cae suavemente una hoja mecanografiada al suelo. Miro al pasillo, hacia la izquierda y hacia la derecha. Desde mi asiento sólo logro alcanzar a leer: Neruda. Me sorprende el descubrimiento. El viajero cambia de postura, se remueve en el asiento. Desvío la vista hacia la ventanilla y observo mi propio reflejo. Ladeo mi boina gris. El río  discurre paralelo a las vías y  apacible recoge las hojas del otoño.
 
-¡Passaport, prosim! – dice enérgicamente el policía.
 
    Me apresuro a buscar mi identificación. El agente sonrosado me mira al mismo tiempo que observa la foto. Me la devuelve con desdén. Entretanto mi compañero de viaje aparece perfectamente sentado y con la mejor de sus sonrisas le enseña su tarjeta de identidad. Como por arte de magia el folio ha desaparecido del suelo y su cartera está cerrada.
   Saco mi libreta de notas y simulo leer en voz alta: ”Para que tú me oigas mis palabras se adelgazan a veces como las huellas de las gaviotas en las playas…” Mi acompañante me mira con una sonrisa bobalicona y seguidamente consulta su reloj. La voz en off anuncia la próxima estación. El hombre me enseña la hoja y me señala con el dedo: ¿Jan Neruda, Malá Strana 47. Praha?  
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario