Observo como las manos se mueven semejando hacer malabares y se
muestran ágiles, veloces. Dan la sensación de hacerse cada vez más
largas. Me parecen que forman parte de un ballet,
pero de un ballet contemporáneo, que giran y basculan meciéndose
entre sonidos metálicos e incluso eléctricos. Las manos forman
parte de un todo, diría que se ajustan a la personalidad del
individuo, de su dueño o dueña.
Últimamente admiro la variedad de dedos, largos o cortos, delgados o
rechonchos. Pero los que realmente me fascinan son los portadores de
lúnulas perfectamente definidas como nacimientos de astros.
Aún recuerdo cuando después de más de treinta años sin ver a mi
maestra de octavo, esta cogió mis manos y las examinó
minuciosamente. Después de unos breves segundos, me miró y dijo:
"Tus manos siguen siendo las mismas". Hasta entonces, jamás
me había detenido en ellas y fue cuando por primera vez me di
cuenta de que carecían de esas medias lunas que asoman en la mayoría
de los dedos y me sentí huérfana de magia.
Desde entonces sigo mirando las manos que danzan a mi alrededor
y compruebo como aunque se disfracen de rosa palo o de Mondrian su belleza sigue estando en el interior.
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