domingo, 8 de noviembre de 2015

"La piedra"




Miro a la piedra,
directa,
a los ojos,
¿cuánto hace que estás ahí?
Le doy un puntapié,
la aparto.
Prosigo y me vuelvo,
me mira y la entiendo.

Eres dura, lo sé.

viernes, 2 de octubre de 2015

Parábola de una taxonomía extinta



En el bosque se mueve toda clase de insectos, desde los más laboriosos, leáse las abejas obreras, hasta aquellos que disfrutan de la "dolce vita". Si el observador se detiene verá como no es "oro todo lo que reluce". En ocasiones, el naturalista se sorprende ante sus propios descubrimientos que hacen que todo lo aprendido en sus largas tardes de invierno deje de serle útil. Cuando llega la primavera y se desplaza hacia el campo, todas sus teorías se vienen abajo.
La abeja obrera se desplaza de manera frenética alrededor del panal, realiza los movimientos aprendidos genéticamente y que dan la pista a sus compañeras de dónde encontrar el más jugoso polen objeto de su deseo. Una determinada pirueta indica si se encuentra hacia la derecha o hacia la izquierda y así se ha hecho desde siempre. Sin embargo, algo ha cambiado. Si observamos detenidamente, la obrera solo ejecuta su danza cuando la abeja reina anda cerca. Cuando esta se aleja, se transforma en cigarra. En un momento ocurre la antinatural metamorfosis. Los élitros se alargan y el polen le produce asco, y sin saber cómo, la savia se le muestra apetitosa. Entra en una natural desidia que le lleva a emitir sonidos en los días calurosos.
En el bosque, está claro que nada es lo que parece. Las cigarras han adquirido con el tiempo gran vellosidad. Esto ha hecho que la carga electrostática de su cuerpo sea cada día mayor y por increíble que parezca, ha logrado que el polen de las flores circundantes se haya adherido a su cuerpo produciéndoles sobrepeso y con ello, la necesidad de moverse más de lo habitual en ellas.

El naturalista se pregunta, ¿qué ha pasado con las reglas de la taxonomía? Tantos años de estudio para que nada sea lo que parece.

sábado, 29 de agosto de 2015

El pendolista



Había pasado mucho tiempo desde la última vez. Los trazos se deslizaban en el papel deteniéndose solo ante las irregularidades que en forma de pequeños nudos interrumpían aquel baile de tinta. Desde pequeño, solía morderse la lengua en un rictus de concentración. Su mente volaba y se imaginaba la cara de aquel que recibiría la misiva. De generación en generación se había transmitido aquel arte, hoy casi extinto. No recordaba el día en que todo aquello empezó. Su abuelo le había cogido la mano en sus primeras veces con firmeza, le mostraba el camino en aquel inmenso lago color marfil por el que tenía que trazar aquellas líneas que de manera mágica hacían surgir maravillosas figuras. Le había explicado que aquellos signos formarían diferentes y caprichosas cadenas que proporcionarían al que lograra descifrarlas el descubrimiento de mundos lejanos, ideas sublimes y hasta mensajes de amor.
El niño no lograba entender aquello, solo seguía embobado mirando la pluma y aquellos trazos indescifrables para él. Todavía aquello del amor le quedaba lejos.
Y fueron pasando los días, los meses y los años desde aquellas tardes en que fantaseaba con las líneas de tinta. Se había convertido en un hombre y  ya ni siquiera recordaba que se podía escribir con pluma. Llevaba años con la misma rutina, solía coger la bicicleta para dirigirse a su trabajo en una pequeña oficina. Allí encendía el ordenador mientras se quitaba los guantes y repasaba distraído delante de la pantalla, las líneas del periódico en busca de los gazapos del día. Aquello se había convertido en algo monótono. Las mismas erratas, las mismas tildes en “vio, dio y fue” y casi nunca encontraba errores que le supusieran un desafío. Cuando comenzó a trabajar, se sentía entusiasmado corrigiendo los errores de los demás, cada día había algo nuevo que descubrir. Sin embargo, hacía tiempo que no encontraba nuevos retos.
Miró casi de reojo el aparato cuando dejaba su abrigo en el respaldo de la silla y allí estaba. Se le mostró en letras grandes y en negrita formando parte de un titular: PENDOLISTA. No lograba entender aquella oración: “Desaparece el último pendolista”. Estaba seguro de que allí había una incorrección. ¿Qué es un pendolista? ¿Alguien que repara los péndulos de un reloj o algo así? El pequeño artículo, casi una simple reseña, continuaba con poca información. Solo una referencia a la edad del fallecido y al lugar del funeral. Continuó con dudas y decidió hurgar en Internet, tecleó la palabra y allí apareció en la primera entrada: “Persona que escribe con muy buena letra”. Dio un respingo y sintió la sensación de caer en un pozo que lo trasladaba al pasado, volvió a escuchar la voz de aquel que tantas veces le insistió en la importancia de las letras y sobre todo, de las palabras. Recordó la cajita de madera que este le había regalado y que guardaba en alguna parte. Abrió con prisas las gavetas de su escritorio, rebuscó atropelladamente en la primera, en la segunda y en la tercera…Y allí estaba. En su tapa se leía, “Péndula Copperplate”. La abrió despacio y con la sensación de estar renovando viejos votos. La vieja estilográfica que había olvidado se le mostró tal como era, antigua y elegante. La cogió con delicadeza, la miró como quién lo hace por primera vez, volvió a deslizar su punta en la página en blanco. La tinta no se había secado y sintió de nuevo la maravillosa sensación. Ese fue el instante en que aquel titular dejó de tener sentido. 

domingo, 19 de julio de 2015

“Escribir”



A mis tardes otoñales de  Rufus y chocolate.


La gota marrón y cálida rodó por su barbilla y lo hizo rodeando el pequeño lunar que le acompañaba desde su nacimiento. Sacó la lengua, la alargó hasta llegar a ese preciso lugar. Siempre que se sentía mal iniciaba el mismo ritual, se dirigía a la cocina, cogía la pequeña cacerola, fundía el chocolate en la leche lentamente y sacaba del congelador aquellos churros que le hacían retornar con su olor a la niñez. No sabía muy bien el porqué de aquello ¿Las endorfinas, quizás? A continuación, abría la ventana y escuchaba el sonido del sirtaki que todas las tardes su vecino el griego entonaba repetitivamente. Le oía aquellas palabras rotundas y extrañas que le sonaban a lamentaciones. Esto hacía que el efecto del dulce pecado se le pasara. Cerraba de golpe como siempre, y ponía aquella pose de niña mimosa cuando rompía su juguete nuevo. Volvía a las sombras de su piso y recordaba el origen de su desazón, Manuel.
Habían pasado tres meses desde que se vieron por última vez y tuvieron aquella extraña conversación. Fue cuando le dijo que se iba al extranjero y ella se sintió como en la película “Tú a California y yo a Boston”. ¡Pero si éramos almas gemelas! Desde entonces, todas las tardes mojaba su pena en el tazón que se ponía delante de los ojos. Le había sugerido que dedicara el tiempo en el que no iba a estar a retomar sus estudios. Nunca es tarde para hacerlo, le dijo mirándola con alegría. Ella deslizó una lágrima en su interior y se sumergió en jardines grises y desde entonces habitaba en ellos. Aunque en alguna ocasión había pensado en ser una princesa rebelde, pero esto le duraba poco. Y así y así llevaba aquellas doce semanas. Se negaba a actuar como una consorte.
Fue en aquella época en la que decidió viajar a través del universo. Comenzó a escribir algunas líneas en un papel y en un momento no pudo parar. Continuó y continuó. Cuando se vino a dar cuenta, había anochecido y amanecido. Se sentía mejor y decidió ir a la ciudad. Ya casi no recordaba las calles ni las tiendas ¿Cuánto tiempo había pasado? ¡Es tan fácil perder la noción del tiempo! Observó su alrededor como si fuera la primera vez, detuvo el coche en la calle principal cerca de unos almacenes en los que se podía encontrar de todo. Entró en ellos sin tener ni idea de qué era lo que buscaba. Encontró carteles de vivos colores que expresaban de las maneras más variadas qué día era, April fools. No pudo evitar sonreír, una verdadera inocentada era lo que le había ocurrido. Avanzó hacia el departamento de papelería, no sabía muy bien qué era lo que buscaba. Miró las estanterías con detenimiento, paquetes de folios de diversas texturas y colores, bolígrafos corrientes y estilográficas aristocráticas…Y allí estaba un bloc de cubiertas con dibujos selváticos. Fue amor a primera vista, no lo pensó dos veces y acarició sus tapas, instintivamente cogió también una de aquellas plumas, dos paquetes de cigarrillos y una tableta de chocolate con leche.

                                                 

martes, 23 de junio de 2015

El intocable



Últimamente se levantaba todas las mañanas de mal humor. No sabía muy bien por qué, solo sentía que cuanto más seguro de sí mismo estaba, peor lo pasaba ¿Acaso ese era el tributo que había que pagar? Siempre pensó que subir en el escalafón no tenía más que ventajas. Muchas veces había soñado con estar allí, justo donde ahora se encontraba. Desde muy niño se había prometido llegar a ser como D. Benigno, aquel hombre que lo atemorizaba tan solo con una mirada. Sí, llegaría a ocupar el lugar opuesto, aquél en el que sería él quien con solo girar la cabeza haría temblar a cualquier ser humano que se cruzase en su camino.
Sin embargo, algo le impedía saborear el triunfo, el suyo. Llevaba solo un par de años en el lugar que ahora ocupaba. Al principio, sintió con gusto la ira ¡Era fuerte! Y eso estaba bien. Pese a todo, aquello le había costado una úlcera de estómago y devoraba omeoprazol a todas horas. ¿Qué parte del plan fallaba?
Eso fue al principio, ahora hasta su rostro parecía sereno. Solo en algunas ocasiones asomaban a sus pupilas los destellos del enojo. Era una cuestión de puro dominio mental. Actualmente, había llegado más allá, estaba en una fase de desdén a todo y hacia todos. Se sentía pletórico. Había incluso, superado al modelo de su niñez. Miraba con condescendencia a los demás, incluso los ayudaba siempre que la situación fuese propicia. Llegados a este punto podía suponer que su plan había sido perfecto.

Levantó la copa y brindó con todos los presentes, los miró uno a uno desde su posición y les sonrió bonachonamente. -¡Salud!- sonrió hacia dentro y se sentó de nuevo. Las encuestas esta vez habían acertado. A partir de mañana dejaría de ser el eterno candidato. Lo había conseguido.

martes, 9 de junio de 2015

Porque no quiero perder todos los días…



Tengo los ojos vendados
 y no soy justiciera.
Miro mi entorno
y mi sonrisa se quiebra.
Y recaigo,
y me levanto…
Y otro día el mismo ritual.
Y me rompo y me recompongo.
Armo de nuevo el puzzle,
y me echo las cartas
y juego a que gano.
Tiro el vestido gris sobre la cama,
cojo las sandalias,
piso los girasoles

y vuelo…

domingo, 10 de mayo de 2015

Sublime decisión


Pepi camina dando pequeños saltitos. A veces me pregunto si tan solo al poner el primer pie al bajar de la cama, ya lo hace de esa forma. Me recuerda a mi caniche, un pequeño cachorro juguetón que me babea la cara al despertar. Esta mañana, sin embargo me ha mirado con aire mimoso y frunciendo su naricilla se ha lamentado de su mala suerte ¿Cómo es posible?, pensé. Si ella es quien me levanta el ánimo tan solo con mirarla. Y es que ella es especial. “Estoy fatal” me dice apretando su boquita en forma de corazón. A mí me ha dejado desconcertado. He enarcado las cejas y cuando me he dispuesto a abrir la boca, ella me la ha tapado con su índice estilizado y su uña de coral “¡Ay, cariño! ¿Cómo lo haré? ¡No puedo con tanto trabajo!” No he entendido nada, Pepi no tiene grandes responsabilidades y se muestra eficiente en todo momento. Me mantengo en mi postura de asombro. Aletea sus pestañas lentamente y suspira: “¿El rojo o el verde? ¡No puedo con esto!” Me enseña dos cuadernos con tapas diferentes y sus ojos verdes me miran suplicantes. Intento no poner cara de ¿Y eso es todo? No quisiera ofenderla. “Creo que el rojo es el mejor”, no sé ni por qué le he dicho eso. Ella relaja sus facciones y me estampa un beso en la mejilla. “Gracias”, lo dice mostrando su blanquísima sonrisa y se va por donde ha venido. Me consuelo mirando su trasero respingón y me hundo de nuevo en mis cuentas.

miércoles, 6 de mayo de 2015

Quiero...




Quiero ser una bruja,
jugar…, y ser especialista
en el arte del “birli birloque”
Y decir “nada por aquí, nada por allá…”
Cerrar los ojos,
volverme de piedra,
fingir ser estatua,
hundirme en la arena…
Quiero ser opaca,
y que mis ojos no hablen.
Ser la reina del disimulo,
blindar mi alma
y que todo transcurra…


viernes, 3 de abril de 2015

El sueño


  Se notaba que la primavera estaba cerca, las gentes paseaban por la calle con caras de sueño. Se cruzaban por las aceras despeinadas y entre bostezo y bostezo, también se apreciaban  ojos enrojecidos y narices coloradas. Al trasluz de los debutantes rayos de sol, se percibían  las pequeñas partículas de polen responsables de tanta desidia. Los conductores andaban más despistados que nunca. Frenazos repentinos, conatos de atropello en los diferentes pasos de peatones que cruzaban la rambla...

   Mi caso no era distinto, andaba embebido en mis pensamientos, no dejaba de darle vueltas al  extraño sueño  con el que me había levantado. No lo recordaba bien, pero sí sabía que tenía qué ver con algo relacionado con el “to be or not to be”. Llevaba muchísimo tiempo sin recordar ninguno de los que sin duda me rondarían en la noche. Aquello todavía hacía que me preocupara más. ¿Qué tendría de especial el de hoy? Pero no lograba recordarlo, tan solo veía levemente en mi pensamiento una urna semejante a las utilizadas en las elecciones. De nuevo, la misma idea: “Sí o No”.

   Sentí un ligero dolor en la nuca. Alrededor, la naturaleza había reverdecido. Los árboles que se alineaban en la acera habían adquirido una frondosidad que se me había escapado ¿Cómo no lo había notado? ¿Tan importante era esa idea desconocida que me rondaba por la cabeza? Respiré profundamente e intenté luchar contra aquel pensamiento que casi se estaba convirtiendo en obsesión.

    El semáforo se había puesto en verde. Me dejé llevar por la marea peatonal y casi si saber cómo estaba delante del taller en el que trabajaba. introduje la llave en la cerradura, levanté la verja y al entrar pisé una carta. Tenía pinta de ser algo oficial. Aquello borró repentinamente todo lo que me estaba preocupando. Recordé inmediatamente cuál podría ser el motivo. Mi socia hacía unos meses que me había propuesto dar un nuevo enfoque al negocio, se había empeñado en que las joyas que elaborábamos estaban pasadas de moda. Sin embargo, yo consideraba que seguían siendo vendibles ¿Hay algo más hermoso que una línea clásica que sobrevive al transcurso del tiempo? Mi amiga, sin duda era una bromista, había decidido comunicarme su decisión con una nota introducida en esos sobres donde solo vienen malas noticias. “Luis, lo siento. No logramos ponernos de acuerdo. Creo que lo mejor es que te quedes con el taller. Ya arreglaremos cuentas”. Eso era todo. Miré alrededor, el local me pareció enorme y las estanterías, las cajas y hasta las herramientas se multiplicaron. ¿Y qué hago ahora con todo esto? La chispa se encendió en mi cabeza. Sí o No. Allí estaba de nuevo el dilema ¿Con qué era eso? Me invadió una mezcla de alivio y desencanto. Todo había acabado. Una mañana en la que me había levantado con algo diferente en mi vida, se había convertido en algo tan anodino como una ruptura más.

miércoles, 4 de marzo de 2015

La prueba



Y entonces lo miró con aire circunspecto. Lo volteó concienzudamente, calibró su peso y medida. Meditó de nuevo unos instantes, consultó a sus compañeros más cercanos. Trató de entender sus gestos. Cerró los ojos, habló para sí mismo y volvió de nuevo a mirarlo. Su cara se tornó oscura, frunció el gesto y se perdió.
Comenzó a sacudir los brazos, se frotó la frente, chasqueó los dedos. Observó la herramienta, la mordisqueó comprobando su dureza y  se rascó con ella la oreja.
Lanzó una sonrisa cómplice al de al lado, miró hacia el suelo y contó mentalmente los granitos de las baldosas del piso.

Al fin se cruzó de brazos, recostó su cabeza y se rindió.

lunes, 2 de febrero de 2015

Sonrisas



Elena tenía aspecto de ir de puntillas por la vida, odiaba llamar la atención. Por eso en su primer día de trabajo había decidido ir de negro, también porque la adelgazaba. No quería ser vista como una intrusa, ni como una más de las típicas “Quítate tú para ponerme yo”. Eso era algo que odiaba y desgraciadamente abundaba mucho este tipo de personal. Cuando entró, no quería que se notara que era nueva. Ya lo había vivido muchas veces para volver a pasar por ello. 
Esa mañana no había sido la que esperaba. Vivía a unos cuantos kilómetros y el coche la había dejado “tirada”, menos mal que había sido justo en la calle a la que se dirigía. Además, no había pegado ojo, había vuelto a dormir mal. Subió las escaleras y la primera persona con la que se encontró trabajaba en su mismo departamento: “Ropa interior para señora”. Carmen enseguida supo que era “la nueva”. Se mostró amable, pero apenas le señaló dónde estaba la caja registradora y poco más. Después desapareció rápidamente y no supo de ella en todo el día.
Ya era casi la hora de apertura al público, se vio sola y decidió tomar en algo la iniciativa. Vio un maniquí instalado con muy poca gracia en un lateral y decidió trasladarlo hacia el lado opuesto de la planta. Las horas transcurrieron rápidas y pronto se llegó al cierre. Pensó que al menos, no había pasado nada que supusiera un problema. ¡Prueba superada! Y se dirigió a donde estaba su coche. ¡Vaya! Había olvidado por completo la primera contrariedad del día ¿Y ahora? Justo detrás Julio, otro compañero de trabajo, estaba abriendo su coche. No se atrevió ni siquiera a dirigirse a él, apenas habían cruzado un par de miradas y ni siquiera se habían presentado. -¿Te puedo ayudar?- dijo desplegando su sonrisa de estoy aquí para lo que necesites…- Creo que es la batería.- ella se sentía muy incómoda, no quería ser vista como la nueva torpe.- Eso me pasó a mí hace dos meses. No sé cómo las están fabricando últimamente- le respondió con mirada de me equivoco como tú.
Elena, se sintió algo más aliviada, pero el problema continuaba estando allí. -¿Sabes de algún taller que no esté cerrado a estas horas y que quede cerca?-  despliegue de sonrisa soy encantador -No te preocupes, tengo unos cables y te descargas algo de la mía- ¡Genial!, podría llegar a casa antes de las doce de la noche. Él se despidió servicial. Ella, cansada.
-¿Qué tal el coche? ¿Te dio problemas?, sonrisa de buenos días. –No, todo perfecto. Gracias. Tenía sus características ojeras y la verdad es que no tenía fuerzas para entrar en el juego de la seducción. Julio se despidió sonriendo con cara de cuánto trabajo hay pero no importa. Elena ya no lo soportó más y vertió su vaso de café sobre una prenda justo cuando el jefe de planta pasaba a su lado. –Señorita, está despedida. –

Al fondo, él le mostró dos sonrisas, la de qué malo es nuestro jefe y la de me solidarizo contigo. Ella recordó por qué no sonreía.

viernes, 16 de enero de 2015

La casta



Se repetía una y otra vez que era bueno en lo que hacía. Su falta de seguridad le impedía ver todo lo que había desarrollado sin apenas darse cuenta de cuánto valía. Era su primer trabajo, pero no quería que nadie lo supiera. Admiraba a todo el que llevaba tantos años en la fábrica. Lo había estudiado teóricamente, las diferentes formas, los diferentes tamaños, colores, condiciones. Sin embargo, tenía miedo a fallar. Cuando aparecieron los veteranos, les dedicó una mirada de soterrada admiración. Allí estaban ellos, los especialistas. Llevaban pulcros uniformes azules y marchaban marcialmente a sus puestos.

Con el sonido de la primera sirena la maquinaria comenzó su labor. Grandes tiras del dulce elemento se desplegaron por las cintas transportadoras. Desde arriba, las cizallas cortaban pequeños rectángulos cuyas condiciones y medidas habían sido milimétricamente estudiadas. Ahora les tocaba a ellos. Comenzaron su trabajo y los papeles multicolores parecían adquirir vida propia entre sus manos. De manera mágica fueron llenando las cajas de caramelos. La casta había cumplido con su labor.

domingo, 11 de enero de 2015

La casa




  Sobre el mantel de cuadros miraba los pequeños vasos con “limoncello”. La estancia me recordaba al laboratorio de una “mamma” italiana en la que los pucheros olían a orégano y albahaca. El cabeza de familia se volvió hacia nosotros  y con sus enormes ojos nos relató  las andanzas americanas de un pariente cualquiera. Todos nos reímos e interiormente recordamos a nuestro particular aventurero familiar. Tenía una capacidad sorprendente para articular cada palabra y hacer que cada uno de nosotros contuviéramos la respiración en espera de la siguiente, pues detrás de cada una de ellas podría aparecer una sorpresa. No necesitaba acompañarse de ningún gesto, solo la expresividad de aquellos ojos nos guiaba en la historia. Sin saber por qué ni de qué manera, la conversación transcendió más allá.
  Antonio comenzó a contarnos la historia de aquella casa y de cómo se hizo con ella. -En esta casa, se respira paz, ¿saben por qué?- respiró profundamente antes de comenzar el nuevo relato.
  Allá por el año 1763, estas paredes hoy viejas parecían lozanas y recién enjalbegadas. En esa época, me contaron que vivía en ella un alguacil y su familia. Al parecer la hija de este, una muchacha de apenas trece años, estaba endemoniada y el capellán del convento que estaba al otro lado de la calle fue el encargado del exorcismo… Cuando compré la casa muchos me advirtieron de que estaba endemoniada, pero no creo en esas pamplinas. De hecho, todas estas historias lo único que consiguieron fue aumentar mi interés en ella. Decidí investigar y encontré lo que buscaba.
  Todos permanecimos callados, pese a que hasta hacía unos pocos momentos no habíamos parado de reír y hablar durante todo el almuerzo. Volvió a tomar un sorbo del licor, lo paladeó mientras cerraba los ojos y  lo calentó en su boca hasta que decidió continuar con la historia.
  Fui al registro de la propiedad y allí constaba que su propietario era realmente quien la había puesto a la venta, un militar al que le interesaba venderla pues lo iban a destinar a la península. Quise ir más allá, pues no le iba a preguntar directamente acerca de lo que me contaron, y continué con mis averiguaciones. Sabía que en el Archivo Insular se guardan los contratos de compra-venta desde los tiempos de la Conquista y después de varios días de quemarme las pestañas y tirando del hilo, descubrí quién fue su propietario en el siglo XVIII.
  A través del postiguito de la cocina ya no se veía claridad alguna, la sobremesa se había prolongado de tal manera que había anochecido. Pudimos ver los flashes de los turistas de un crucero que partía del puerto. Y esto hizo que por un momento la conversación derivará por otros derroteros, pese a que en el fondo, todos queríamos que nos descubriera de una vez quién era el verdadero propietario de la casa en la que tan a gusto nos encontrábamos. Los ojos de nuestro anfitrión volvieron a señalarnos que estaba listo para continuar, miró al techo de tea con concentración y siguió.
  Después de comprobar que había sido propiedad de toda una serie de gentes, no demasiadas pese a haber transcurrido más de dos siglos, llegué a la clave del bienestar de esta casa. Su dueño había sido el capellán del Convento de Santa Catalina de Siena que estaba a unos pasos de aquí. Su nombre era José de Palanzuela.
  Nos miramos los unos a los otros, sin lograr comprender nada ¿Qué tiene qué ver eso con lo a gusto que se está en ella? Entonces, lo del exorcismo ¿Es verdad? Nuestro anfitrión parecía realmente divertido, sus ojos ahora chispeaban placenteros. Sabía que estábamos sintiendo el mismo desconcierto que él mismo había sentido en su momento. Sonrió. Y cuando dejamos de hablar, continuó.
  Aquello hizo que supiera que lo del exorcismo no podía ser cierto, pues entonces el alguacil no era su propietario. Pero ya que había dedicado tanto tiempo a esto no podía quedarme solo con un nombre y busqué toda la información que pude sobre nuestro hombre. Encontré que era habitual que los capellanes vivieran cerca de los conventos aunque no dentro de estos. Hemos de pensar que no estaba muy bien visto que un hombre viviera en un convento de religiosas. Y di también con la clave de toda nuestra historia. Esta casa no solo no está maldita, sino todo lo contrario está bendecida y más que bendecida, exorcizada. Cuando un sacerdote compraba una casa procedía a exorcizarla con el ánimo de que el mal no pudiera introducirse en sus paredes. Y lo hacía de un modo riguroso, recorriendo cada habitación y recoveco de la vivienda. ¿Entienden ahora por qué se respira tanta paz en ella? Sus ojos se cerraron y abrieron lentamente en un pestañeo ralentizado.
  Cuando nos despedimos de él, no pude sino mirar hacia atrás y comprobar su dirección: Palanzuela, 5. Seguí a pie hacia mi casa. Mi visión de las diferentes viviendas antiguas que me iba encontrando había cambiado ¿qué historia guardaría cada una de ellas?