A mis tardes
otoñales de Rufus y chocolate.
La gota marrón y cálida rodó por su barbilla
y lo hizo rodeando el pequeño lunar que le acompañaba desde su nacimiento. Sacó
la lengua, la alargó hasta llegar a ese preciso lugar. Siempre que se sentía
mal iniciaba el mismo ritual, se dirigía a la cocina, cogía la pequeña
cacerola, fundía el chocolate en la leche lentamente y sacaba del congelador
aquellos churros que le hacían retornar con su olor a la niñez. No sabía muy
bien el porqué de aquello ¿Las endorfinas, quizás? A continuación, abría la
ventana y escuchaba el sonido del sirtaki
que todas las tardes su vecino el griego entonaba repetitivamente. Le oía
aquellas palabras rotundas y extrañas que le sonaban a lamentaciones. Esto
hacía que el efecto del dulce pecado se le pasara. Cerraba de golpe como
siempre, y ponía aquella pose de niña mimosa cuando rompía su juguete nuevo. Volvía
a las sombras de su piso y recordaba el origen de su desazón, Manuel.
Habían pasado tres meses desde que se vieron
por última vez y tuvieron aquella extraña conversación. Fue cuando le dijo que se iba al extranjero y ella se sintió como en la película “Tú a
California y yo a Boston”. ¡Pero si éramos almas gemelas! Desde entonces, todas
las tardes mojaba su pena en el tazón que se ponía delante de los ojos. Le
había sugerido que dedicara el tiempo en el que no iba a estar a retomar sus
estudios. Nunca es tarde para hacerlo, le dijo mirándola con alegría. Ella
deslizó una lágrima en su interior y se sumergió en jardines grises y desde
entonces habitaba en ellos. Aunque en alguna ocasión había pensado en ser una
princesa rebelde, pero esto le duraba poco. Y así y así llevaba aquellas doce
semanas. Se negaba a actuar como una consorte.
Fue en aquella época en la que decidió viajar
a través del universo. Comenzó a escribir algunas líneas en un papel y en un
momento no pudo parar. Continuó y continuó. Cuando se vino a dar cuenta, había
anochecido y amanecido. Se sentía mejor y decidió ir a la ciudad. Ya casi no
recordaba las calles ni las tiendas ¿Cuánto tiempo había pasado? ¡Es tan fácil
perder la noción del tiempo! Observó su alrededor como si fuera la primera vez, detuvo
el coche en la calle principal cerca de unos almacenes en los que se podía
encontrar de todo. Entró en ellos sin tener ni idea de qué era lo que buscaba.
Encontró carteles de vivos colores que expresaban de las maneras más variadas
qué día era, April fools. No pudo
evitar sonreír, una verdadera inocentada era lo que le había ocurrido. Avanzó
hacia el departamento de papelería, no sabía muy bien qué era lo que buscaba.
Miró las estanterías con detenimiento, paquetes de folios de diversas texturas
y colores, bolígrafos corrientes y estilográficas aristocráticas…Y allí estaba
un bloc de cubiertas con dibujos selváticos. Fue amor a primera vista, no lo
pensó dos veces y acarició sus tapas, instintivamente cogió también una de
aquellas plumas, dos paquetes de cigarrillos y una tableta de chocolate con
leche.