El aire de la habitación era
denso, plomizo, casi irrespirable… El calor era asfixiante a pesar de ser ya
las once de la noche. Una bombilla llena de telarañas colgaba del techo. Estaba
encendida, aunque la luz que desprendía se veía mitigada por aquella maraña que
la envolvía. Parecía que nadie se hubiera percatado de su existencia. Sin
embargo, aquélla era indispensable para el hombre que trabajaba justo debajo de
su radio de acción.
El hombre manifestaba un interés fuera de
lo común en lo que hacía. Sus ojos formaban casi una línea recta cuando su
concentración era máxima, el entrecejo se arrugaba y las dos cejas se
transformaban en una. Al tiempo, mordisqueaba sus labios finos de forma
nerviosa. Las gotas de sudor rodaban por sus sienes hasta morir en la negrura
de aquella barba rizada igual que su cabello.
La mujer lo mira hierática. A él la
inexpresión de su mirada le preocupa. Por otro lado, admira los rizos en cascada
de su melena.
Los astros le eran favorables, la luna
formaba un ángulo perfecto con la constelación de Sagitario, nada podía fallar…
El cincel se movía, destellaba con la
rapidez de un rayo. Un toque, dos, tres…Una muesca, dos, tres...