miércoles, 5 de febrero de 2014

La luz del cincel sobre la piedra


El aire de la habitación era denso, plomizo, casi irrespirable… El calor era asfixiante a pesar de ser ya las once de la noche. Una bombilla llena de telarañas colgaba del techo. Estaba encendida, aunque la luz que desprendía se veía mitigada por aquella maraña que la envolvía. Parecía que nadie se hubiera percatado de su existencia. Sin embargo, aquélla era indispensable para el hombre que trabajaba justo debajo de su radio de acción.

    El hombre manifestaba un interés fuera de lo común en lo que hacía. Sus ojos formaban casi una línea recta cuando su concentración era máxima, el entrecejo se arrugaba y las dos cejas se transformaban en una. Al tiempo, mordisqueaba sus labios finos de forma nerviosa. Las gotas de sudor rodaban por sus sienes hasta morir en la negrura de aquella barba rizada igual que su cabello.

    La mujer lo mira hierática. A él la inexpresión de su mirada le preocupa. Por otro lado, admira los rizos en cascada de su melena.

    Los astros le eran favorables, la luna formaba un ángulo perfecto con la constelación de Sagitario, nada podía fallar…

    El cincel se movía, destellaba con la rapidez de un rayo. Un toque, dos, tres…Una muesca, dos, tres...