sábado, 4 de noviembre de 2017

De la criptomnesia y otros




 La lágrima cae, poco a poco. Se desliza sobre la mejilla siguiendo una curvatura tenue que traza el pómulo ancho y marcado. Todo ha cambiado, todo ha sido destruido. Medita. La mirada es profundamente triste. Sin embargo, la lágrima se acomoda en mi filtrum. Este la acuna, la mece, la acoge, pero ella resbala. Se acuesta en el acerico de mis labios ¡Cuántos alfileres clavados antaño...! Si los labios se despegaran, se rasgarían manchados. Jugaron a ser agrafes abandonados a su suerte, roídos y acabados.
Hoy, a pesar de todo, el sol ha salido de nuevo como cualquier noviembre húmedo y tranquilo. Me reflejo en el cristal como una sombra opaca, con un dedo dibujo un ampersand juguetón y aristocrático ¿Reminiscencias tal vez de las Brontë o la Austen? Siempre soñé con ser una heroína decimonónica, lánguida y olvidada. Pero no dejé de reivindicar el ápice nacional, la virgulilla que como un cararacolillo en la frente no me permite alejarme de mi realidad.
Afuera, el cacareo y el canto del gallo me devuelven a la tierra polvorienta que nada tienen que ver con las verdes campiñas de la dulce Irlanda. Hoy comeremos sopa de carúnculas, aquella que tan malos presagios trajo a aquel pueblo caribeño y lejano donde la crónica anunció la muerte de la víctima de un pueblo cobarde. Siempre siento náuseas cuando las hiervo, porque me traen olor a un poder podrido y tirano. Cuando mis crenchas mojadas empiezan a gotear, me indican que está en su punto el maldito brebaje y me siento una bruja malvada.
Lo sé, hoy la criptomnesia está haciendo de las suyas y el teclado parece moverse solo. 

2 comentarios:

  1. Repasando esta entrada de noviembre, que leí en su momento pero por falta de tiempo no comenté, me vuelvo a dar cuenta de su descripción perfecta de la escena y del sentimiento, muy cinematográfico. Bueno, muy bueno

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