martes, 1 de julio de 2014

El callejón de Cuba



La cuesta se empina, se alarga y llena de piedras a un mismo tiempo. La maleza casi cierra la vereda. El calor es bochornoso pero los pies suben ligeros y felices. Es la aventura del día y en la cima está el premio. Los vencejos rozan mi cabeza osados y a mis pies, el mar. El mar que es camino hacia el mundo con estelas plateadas que lo surcan. Aparecen las  bandadas de toninas juguetonas, piratas atlánticas retadoras que con contagiosa alegría saltan y muestran la espumosa y brillante huella de su recorrido.
  Caminos que llevan a la América caribeña, a  la otra isla añorada al mismo tiempo lejana y presente. 
   Las abejas zumbonas liban ebrias el néctar de la zarza multicolor que bordea el sendero. El olor siempre me produce el mismo dolor de cabeza, es penetrante y empalagoso, aligero el andar y casi sin respirar eludo la belleza de esa planta para mí maldita.
   Allí está la casa grande. La miro, parece un castillo de almenas rojas y blancas. La verja es seductora e intrigante, la empujo, chirría y al fondo encuentro un canapé incrustado en la pared con una inscripción hecha con mano temblorosa que dice:


“Aquí estuvo quien te está recordando y narrando en este instante…”