miércoles, 4 de septiembre de 2013

Amor de hijo




                                        
 La llave gira casi imperceptiblemente .Una mirada rápida y  fugaz hacia la izquierda…, hacia la derecha. Se desliza por la pequeña abertura. No enciende la luz, ¿para qué? ¿Acaso eso iba a clarificar sus ideas? No, mejor así.  ¿No es el Reino de las Tinieblas donde se mueven las criaturas malditas?  Maldito, sí. ¡Malditos ellos! Ella  y su sonsonete: “Hijo, te veo mala cara ¿Estás seguro de que comes bien? Te he preparado algo. Llévatelo, por favor. No te acuestes tan tarde…Ya te imagino con tus librotes, ¿no entiendo qué tienen? ¿Cuántas veces los has leído? ¿Y ese que dice tantas barbaridades? No recuerdo el título… Ya me lo decía tu abuela, -Ese niño necesita el aire. Los libros no son buenos, le llenan de pajaritos la cabeza y luego ya se sabe…Quiero saber dónde esto, lo otro y lo de más allá-. Mi madre sí que sabía criar hijos ¡Cuánto la echo de menos! Era una santa y hay que ver como la querían todas las vecinas, y es que ella ¡Era tan generosa! Porque siempre que había alguien enfermo ella nunca faltaba, allí iba  con su cajita de bombones  y sus flores, y si había que darle una vuelta a la casa se la daba ¡Qué caray! Siempre recuerdo el día en que murió ¡Fue tan bonito! No faltó nadie, ¡nadie! Y lo que dijo don Pablo…” 
   La sangre tiene una textura especial, cuando cae lo hace con parsimonia como si toda la vida fuera transportada a través de ella. Es tibia, cálida.
    Sus pasos sordos recorren el largo pasillo hasta llegar a la última de las habitaciones. Se deshace de la chaqueta, luego del jersey. Lanza el periódico sobre la cama aún deshecha y arrebujada. Todavía huele a perfume barato. Abre la ventana y enciende la pequeña lámpara. Sobre la mesa un libro abierto: “…, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi  en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo…” 
 

 

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