El
sol cae de lleno de manera implacable, y
hasta la sombra de las piedrecillas del sendero es rojiza. El camino es
polvoriento y está lleno de guijarros que se derriten en una mañana cualquiera
de agosto. A lo lejos se vislumbra una caravana silenciosa de gente que camina
parsimoniosamente, la mayoría son mujeres que van enlutadas desde la cabeza
hasta los pies. Al irse acercando se distinguen sus voces que en letanía
repiten:
-
Ora pro nobis.
Alrededor los geranios encandilan con su rojo
y fucsia. En el suelo alguna mano primorosa ha regado pétalos multicolores.
El sacerdote con su tonsura sudada se detiene
solemnemente y el monaguillo hace sonar la campanilla…
La casa tiene una entrada angosta y
empedrada, un murmullo de agua que corre por la tarjea refresca el ambiente. La
puerta está abierta de par en par y en la habitación principal destaca la cama
antigua de madera y la colcha de raso azul marino. Las mujeres se arrodillan en
el exterior a pesar de las piedras martirizadoras. Entre los velos negros, una
niña pequeña intenta ver algo de lo que sucede dentro, da saltitos, se mueve
entre la gente…
Todos se levantan de nuevo con el mismo
silencio y recogimiento, la caravana reinicia su marcha y deshace los
pasos...Suena la campanilla de nuevo.
-Ora
pro nobis.
Sobre la colcha azul las viejas y retorcidas
manos del trabajo descansan. Manos que antes
se movían con destreza en el caldero de teñir la ropa para el luto
venidero, en la huerta mezquina de boniatos y en el telar de las traperas…
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