viernes, 1 de noviembre de 2013

Adios, abuela Bibita


  El sol cae de lleno  de manera implacable, y hasta la sombra de las piedrecillas del sendero es rojiza. El camino es polvoriento y está lleno de guijarros que se derriten en una mañana cualquiera de agosto. A lo lejos se vislumbra una caravana silenciosa de gente que camina parsimoniosamente, la mayoría son mujeres que van enlutadas desde la cabeza hasta los pies. Al irse acercando se distinguen sus voces que en letanía repiten:

 

- Ora pro nobis.

 

  Alrededor los geranios encandilan con su rojo y fucsia. En el suelo alguna mano primorosa ha regado pétalos multicolores.

  El sacerdote con su tonsura sudada se detiene solemnemente y el monaguillo hace sonar la campanilla…

  La casa tiene una entrada angosta y empedrada, un murmullo de agua que corre por la tarjea refresca el ambiente. La puerta está abierta de par en par y en la habitación principal destaca la cama antigua de madera y la colcha de raso azul marino. Las mujeres se arrodillan en el exterior a pesar de las piedras martirizadoras. Entre los velos negros, una niña pequeña intenta ver algo de lo que sucede dentro, da saltitos, se mueve entre la gente…

  Todos se levantan de nuevo con el mismo silencio y recogimiento, la caravana reinicia su marcha y deshace los pasos...Suena la campanilla de nuevo.

 

-Ora pro nobis.

 

  Sobre la colcha azul las viejas y retorcidas manos del trabajo descansan. Manos que antes  se movían con destreza en el caldero de teñir la ropa para el luto venidero, en la huerta mezquina de boniatos y en el telar de las traperas…

 

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