lunes, 28 de noviembre de 2016

El escondite




   Al oscurecer solemos jugar al escondite mientras preparo la mesa para la cena. En ese ir y venir de la cocina al comedor, ella busca un escondrijo y espera silenciosa el momento en el que ritualmente la llamo:

-¿Dónde estás?

  Muchas veces me mira desde detrás del sillón de la sala y se acurruca cuando me ve pasar con un par de pichones para hacer un caldo. Le estremece ver los párpados cerrados y los cuellos colgando. Se tapa los ojos y corre escaleras abajo, salta los escalones de dos en dos hasta llegar al final.

   La noche hace que el olor a vainilla de las orquídeas del patio sea más penetrante. Sobre el tendido descansa el balde de latón aboyado y desvencijado, una soga deshilachada por el paso del tiempo está atada al asa. Cercano a este, el aljibe con tablones de madera llenos de líquenes y musgos que crujen bajo los pies pequeños. Ella se acerca al brocal, levanta la tapa y se asoma. El fondo es oscuro pero el agua está cerca.

-Luna, lunera, cascabelera
debajo de la cama tienes la cena…-susurra.

Intenta atrapar el círculo pero no lo alcanza. Y la luna le guiña un ojo desde el fondo.






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