miércoles, 9 de marzo de 2016

Diario de un Asperger



 Aquella mañana había llegado a mi objetivo, estaba a punto de logar mi sueño. Me levanté a la misma hora como era habitual en mí. Siempre me ha puesto muy nervioso cambiar mis rutinas. Coloqué la taza a la misma distancia de la cucharilla, exactamente cuatro centímetros. El cuchillo con el filo hacía esta y la servilleta de papel sirviendo cuidadosamente de lecho de ambos cubiertos. Mi madre había salido hacía rato a su trabajo.

El autobús solía detenerse en la parada quince minutos después de que cerrara la puerta de mi casa y de que mi hermano caminara a grandes zancadas, diez metros delante de mí. Nunca me esperaba para ir a su lado y apenas nos dirigíamos la palabra durante el trayecto. Yo lo prefería así, pues debía de concentrarme en refrescar mentalmente todo lo que había estudiado durante los días anteriores. Estaba exultante a pesar de todo. Al contrario que mis compañeros que se mordían las uñas y presentaban rostros de preocupación, yo era feliz y estaba deseoso de enfrentarme al temido examen que suponía el pasaporte a la universidad.

Llegué al lugar de la prueba, oí mi nombre y subí las escaleras con decisión. Miré al examinador directamente a los ojos tratando de averiguar qué pensaría de mí y de mi sonrisa. Mis miembros se pusieron rígidos, casi con la intención de un saludo miliar. Apenas levantó los ojos de la lista que mantenía en sus manos y me indicó con un ligero movimiento de cabeza la dirección que debía tomar. Entré en el aula y me senté. Había llegado la hora. Leí con avidez las preguntas y comencé a escribir. Lo hacía mecánicamente, casi sin pensar. El tiempo pasó deprisa y a mi lado alguien me instaba a entregar mis folios. Levanté la cabeza y de nuevo, sonreí. Estaba solo, todos habían acabado antes que yo. Pregunté acerca de los resultados y me pidieron paciencia.

Al cabo de un par de semanas, encendí el ordenador con el ánimo de comprobar los resultados, no entendía por qué durante ese tiempo en los “chats” que compartía con mis amigos no se hablaba de otra cosa que no fuera notas de corte, nervios,...¿Por qué tanto desasosiego? ¿No habían estudiado? Tecleé mi contraseña y allí estaba: Apto. Me levanté y fui derecho a la cocina donde mi madre preparaba la comida. Pensé en la cara que tenía que poner en esas circunstancias, intenté recordar qué gesto sería el adecuado en esta situación. ¿Euforia, alegría, entusiasmo? Me decidí por la de euforia. Sí, esa era.
No hizo falta nada más.



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