Últimamente se levantaba todas las mañanas de
mal humor. No sabía muy bien por qué, solo sentía que cuanto más seguro de sí
mismo estaba, peor lo pasaba ¿Acaso ese era el tributo que había que pagar?
Siempre pensó que subir en el escalafón no tenía más que ventajas. Muchas veces
había soñado con estar allí, justo donde ahora se encontraba. Desde muy niño se
había prometido llegar a ser como D. Benigno, aquel hombre que lo atemorizaba tan
solo con una mirada. Sí, llegaría a ocupar el lugar opuesto, aquél en el que
sería él quien con solo girar la cabeza haría temblar a cualquier ser humano
que se cruzase en su camino.
Sin embargo, algo le impedía saborear el
triunfo, el suyo. Llevaba solo un par de años en el lugar que ahora ocupaba. Al
principio, sintió con gusto la ira ¡Era fuerte! Y eso estaba bien. Pese a todo,
aquello le había costado una úlcera de estómago y devoraba omeoprazol a todas
horas. ¿Qué parte del plan fallaba?
Eso fue al principio, ahora hasta su
rostro parecía sereno. Solo en algunas ocasiones asomaban a sus pupilas los
destellos del enojo. Era una cuestión de puro dominio mental. Actualmente,
había llegado más allá, estaba en una fase de desdén a todo y hacia todos. Se
sentía pletórico. Había incluso, superado al modelo de su niñez. Miraba con
condescendencia a los demás, incluso los ayudaba siempre que la situación fuese
propicia. Llegados a este punto podía suponer que su plan había sido perfecto.
Levantó la copa y brindó con todos los
presentes, los miró uno a uno desde su posición y les sonrió bonachonamente. -¡Salud!-
sonrió hacia dentro y se sentó de nuevo. Las encuestas esta vez habían
acertado. A partir de mañana dejaría de ser el eterno candidato. Lo había conseguido.