viernes, 2 de octubre de 2015

Parábola de una taxonomía extinta



En el bosque se mueve toda clase de insectos, desde los más laboriosos, leáse las abejas obreras, hasta aquellos que disfrutan de la "dolce vita". Si el observador se detiene verá como no es "oro todo lo que reluce". En ocasiones, el naturalista se sorprende ante sus propios descubrimientos que hacen que todo lo aprendido en sus largas tardes de invierno deje de serle útil. Cuando llega la primavera y se desplaza hacia el campo, todas sus teorías se vienen abajo.
La abeja obrera se desplaza de manera frenética alrededor del panal, realiza los movimientos aprendidos genéticamente y que dan la pista a sus compañeras de dónde encontrar el más jugoso polen objeto de su deseo. Una determinada pirueta indica si se encuentra hacia la derecha o hacia la izquierda y así se ha hecho desde siempre. Sin embargo, algo ha cambiado. Si observamos detenidamente, la obrera solo ejecuta su danza cuando la abeja reina anda cerca. Cuando esta se aleja, se transforma en cigarra. En un momento ocurre la antinatural metamorfosis. Los élitros se alargan y el polen le produce asco, y sin saber cómo, la savia se le muestra apetitosa. Entra en una natural desidia que le lleva a emitir sonidos en los días calurosos.
En el bosque, está claro que nada es lo que parece. Las cigarras han adquirido con el tiempo gran vellosidad. Esto ha hecho que la carga electrostática de su cuerpo sea cada día mayor y por increíble que parezca, ha logrado que el polen de las flores circundantes se haya adherido a su cuerpo produciéndoles sobrepeso y con ello, la necesidad de moverse más de lo habitual en ellas.

El naturalista se pregunta, ¿qué ha pasado con las reglas de la taxonomía? Tantos años de estudio para que nada sea lo que parece.

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