Detrás del muro envejecido y
bordeado por una enredadera azul, surge la corona de un tejado añejo y vivido
lleno de bejeques que la humedad de la lluvia ha sembrado en complicidad con el
transcurrir del tiempo. Del postigo de la cocina sale un canturreo de mujer
satisfecha trabajando en la casa.
Las vecinas ya vienen de regreso de comprar en la venta del pueblo.
- ¿Oyes? ¡Qué felicidad…! –dice la vieja Juanita,
secándose la frente con un pañuelo sudoroso y echándose hacia atrás el sombrero
de paja que la protege del sol.
- Eso es que hubo gallo en el
gallinero…-replica Pepa rascándose el bigotillo y quitándose las gruesas gafas
empañadas.
- ¡Habrá poca vergüenza! Yo no sé
como hay hombre que se le arrime. ¡Con lo cochina que es!
Juanita se bambolea de un lado a otro mientras camina tratando de
esquivar las piedras que serpentean la vereda, lleva la cántara y un gran cesto
con la compra del día.
- A los hombres contá de
encontrar calorcito les vale todo- replica Pepa que saca del cesto la botella
de vino recién comprada y la descorcha con los dientes- ¿Gustas?-dice mostrando
su sonrisa mellada.
- ¿Yo? ¡Ni loca!
Las dos figuras se alejan renqueantes por el recodo cercano.
Manuela sale de la casa y llena
en el chorro de la pileta un gran barreño de aluminio. El agua suena eufórica y
potente. Ella enfundada en una bata floreada que se le ciñe al cuerpo desnudo
se apresura en no desperdiciar ni una sola gota del refrescante líquido. Coloca
la improvisada bañera en el suelo, se desnuda y se sienta desbordándolo todo
con su enorme trasero. Las piernas le cuelgan por fuera. Coge un trozo de jabón
azul con el que se restriega levantando los brazos mientras canta a grito
pelado “Dos gardenias”.
Al otro lado del muro, jugueteando por el camino, regresa un grupo de chiquillos de la escuela. Juanjo el
más pequeño y flaco del grupo, se mueve como un cigarrón dando saltitos,
buscando la piedra más ligera y de mayor alcance.
- Con esta le doy a ese barbolete
que ves allí- y la lanza con todas sus fuerzas al muro de la platanera cercana.
-¡No le diste!- grita Toño
colorado como un pejeperro y con la nariz pecosa llena de gotitas diminutas.
-Yo tengo más puntería que
ustedes- dice retadora Delia mientras se agacha a coger otra piedra.
Cuando lo hace observa que a través del muro y por unos pequeños
agujeros se percibe movimiento al otro lado de la tapia- ¡Shhh…!- hace señales
a sus camaradas para que se acerquen.
Manuela se solaza en su barreño. Los enormes pechos suben y bajan
mientras su potente voz declara-¡Te quiero, te adoro, mi vida…! La pastilla de
jabón se desliza entre las piernas.
Los ojos infantiles descubren atónitos el espectáculo… Juanjo no puede
dominarse y grita.
- ¡Manuela la gorda cochina! ¡Manuela
la gorda cochina!
Los chicos salen corriendo con las maletas en las manos, dejando un
reguero de polvo tras ellos. Manuela grita desgañitándose- ¡Hijos de putaaa…!
Como una tortuga panza arriba intenta levantarse rápidamente pero le es
imposible, su enorme culo encajado en el
barreño se lo impide. Enfadada por ver profanado su pequeño paraíso, busca la bata
y se la pone mojada y todo. Se alonga por el muro pero ya los pequeños truhanes
se han marchado. Tira sobre las piedras los restos del agua jabonosa y
arrastrando los pies, entra en la casa.
Por la tarde, el sol ha perdido su fuerza. Manuela sale al camino con los
ojos pintados de azul celeste y una temblorosa raya negra. Su boca roja tiene
la forma de un mal dibujado corazón. Lleva a pesar de todo un sombrero y un
traje ajustado estampado con rosas. Tiene el pelo corto con un teñido casero de
color caoba y los brazos con pulseras que aprietan su carne. Inicia su paseo
vespertino de todos los días, es un paseo corto de no más de un kilómetro,
sigue siempre la misma dirección y hace las mismas paradas delante de cada casa
con jardín que encuentra. Admira las flores, las observa, las estudia e intenta
clasificarlas mentalmente.
- ¿Son dalias o crisantemos?- se
interroga a sí misma mientras alarga el cuello en un vano intento de percibir
su olor.
- ¡Adiós Manuela!- exclama Benito
acercándosele a la oreja, desprendiendo olor a sal y a pescado por todos lados.
- ¡Cacho Cabrón qué susto me
diste! ¿Ya te recoges tan temprano?
- La mar está brava hoy y no
pican.
-¿No cogiste ni unos
chicharritos?
-¡Qué va! Ahí llevo un pulpo
chico y poco más- se lamenta el anciano salpicado de escamas desde la boina
hasta las alpargatas.
-A ver si mañana tienes más suerte, me apetece
comer unos chicharritos con mojo de cilantro. Así que ya te hago el encargo.
Benito recoge el balayo hecho con restos de sedal y colmo, y con
magnífica destreza encajona la enorme caña bajo el brazo, se aleja cual
caballero andante…
La sombra de Manuela se va estilizando a medida que avanza en su
recorrido. En la entrada a la sermentía que da paso a la siguiente casa se
detiene como si estuviera ante un altar. Las rosas de los más diversos colores
y formas se suceden, la amarilla, la
carmesí,…Las atrae hacia su rostro y aspira el perfume llenando sus pulmones. A
través de los visillos se intuye una silueta que la vigila.
-¡No las toques que las secas! ¡Bonita
costumbre tienes!-grita enfurecida Argelia con sus ojos azules chispeantes y
secándose las manos con un paño de cocina.
-¡Yo, ni las toqué!
- Ya me secaste la de pitiminí
que me la trajo mi yerno de la ciudad y bastante que me costó que pegara para
que tú sigas llevándotelas todas ¡Ladrona! ¡Frescona! ¡Lárgate de aquí que no
quiero verte el jocico cerca!
Manuela se gira ignorándola y sin mirarla a la cara, inicia el camino de
vuelta a su casa como si no fuera con ella.
Las sombras envuelven el
recorrido igual que envuelven su ánimo, los gatos negros como la noche que gana
terreno al día comienzan su cacería, las corujas buscan sus atalayas y ella
acelera el paso.
A través de la pared, en uno de los pequeños boquetes donde aquella
misma tarde asomaba la cabeza de un lagarto tornasolado de azul, los ojos
infantiles dejaron de serlo al enfrentarse por primera vez al espectáculo del
dolor.
Manuela abría un papelote menudo con nerviosismo: “Lamentamos
comunicarle que su hijo…”
¡Qué bonito! Es de los relatos que más me ha gustado, se me vino de repente la imagen de la persona que creí que había olvidado...
ResponderEliminarMe alegro de haberte ayudado a regresar al paraíso perdido.
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