Una sonrisa enigmática en una
cara regordeta y mofletuda con una chispa gélida en la mirada, colgaba de la
pared del dormitorio principal sobre la cabecera de la cama.
La niña entra en la habitación de puntillas, queriendo pasar inadvertida
y sin atreverse a mirar directamente a aquel angelote que la sigue con la vista
desde su perspectiva de poder…
Vuelve a su enorme cuna de madera, cuna con historia, heredada de
generación en generación. Huye del ángel padre y se refugia en los brazos del
ángel niño:
“Ángel de la guarda,
dulce compañía
no me desampares
ni de noche ni de día,
no me dejes sola
que me perdería…”
Cierra los ojos, tiembla. De nuevo esos pasos, esos susurros que se
acercan cada vez más…La niña se acurruca con fuerza y se hace un ovillo, quiere
desaparecer, hacerse invisible…Pasos cansinos, sonidos de cacerolas en la
cocina cercana. Se tapa los oídos.
-¡Mamá! ¡Mamá!
-¡Duérmete…!
-¡Ven, mamá!
-Vamos a dormir, reza conmigo:
“Cuatro esquinitas tiene mi cama
cuatro angelitos que me acompañan”
La niña se sosiega, entra en un profundo sueño, los párpados le pesan
como una losa…
Amanece un nuevo día. Un rayo
polvoriento de luz penetra en la habitación. El color blanco de la pequeña caja
encandila a los presentes.
-¡Angelito!
-¡Dios la tiene en su seno!
-Y la Virgen, un nuevo querubín en su
corte celestial...
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