Mientras leía y releía la misma línea sin
llegar al verdadero contenido de las letras que desfilaban ante sus ojos,
pensaba en la mejor pose para hacer creíble su papel. Era nuevo y quería dar
una buena impresión, ¿y por qué no habría de lograrlo? Cuando cogió el avión
después de recibir aquella llamada de teléfono, tenía el estómago algo revuelto
y no entendía por qué. Nunca había tenido miedo a volar. Él era un hombre
seguro de sí mismo, con una gran capacidad para congeniar con cualquier persona.
¿Qué problema podría tener? Después de todo, aquella era la oportunidad que
llevaba tiempo esperando, quería cambiar de aires, conocer gente nueva y salir
de su rutina.
Volvió de nuevo al principio del párrafo, pero no podía concentrarse…
Nadie, absolutamente nadie, debía notarlo. Sintió que alguien lo observaba
desde el ángulo opuesto de la habitación, pero decidió mantener la calma.
“Profesor Martínez, ¿puedo hablar con usted?” Giró su cabeza y mostró una
amplia sonrisa. “Por supuesto”. Dejó a un lado el libro y se levantó. Ella señalaba en los apuntes sus
dudas, él seguía el dedo juvenil como si buscara en un mapa el tesoro.
Después de varios segundos sintió pánico, balbuceó unas palabras
ininteligibles. Ella lo miraba sorprendida, él sudaba. “Profesor, ¿se encuentra
bien?”. Su boca estaba seca. “No te preocupes, ¿puede esperar tu duda hasta
mañana?” “Sí, claro”.
De nuevo leyó y releyó la misma línea, las
letras le eran oscuras, extrañas. Y descubrió que era cierto. Había olvidado
cómo interpretarlas.