viernes, 28 de noviembre de 2014

Apariencias


  Mientras leía y releía la misma línea sin llegar al verdadero contenido de las letras que desfilaban ante sus ojos, pensaba en la mejor pose para hacer creíble su papel. Era nuevo y quería dar una buena impresión, ¿y por qué no habría de lograrlo? Cuando cogió el avión después de recibir aquella llamada de teléfono, tenía el estómago algo revuelto y no entendía por qué. Nunca había tenido miedo a volar. Él era un hombre seguro de sí mismo, con una gran capacidad para congeniar con cualquier persona. ¿Qué problema podría tener? Después de todo, aquella era la oportunidad que llevaba tiempo esperando, quería cambiar de aires, conocer gente nueva y salir de su rutina.
  Volvió de nuevo al principio del párrafo, pero no podía concentrarse… Nadie, absolutamente nadie, debía notarlo. Sintió que alguien lo observaba desde el ángulo opuesto de la habitación, pero decidió mantener la calma. “Profesor Martínez, ¿puedo hablar con usted?” Giró su cabeza y mostró una amplia sonrisa. “Por supuesto”. Dejó a un lado el libro y  se levantó. Ella señalaba en los apuntes sus dudas, él seguía el dedo juvenil como si buscara en un mapa el tesoro.
  Después de varios segundos sintió pánico, balbuceó unas palabras ininteligibles. Ella lo miraba sorprendida, él sudaba. “Profesor, ¿se encuentra bien?”. Su boca estaba seca. “No te preocupes, ¿puede esperar tu duda hasta mañana?” “Sí, claro”.

 De nuevo leyó y releyó la misma línea, las letras le eran oscuras, extrañas. Y descubrió que era cierto. Había olvidado cómo interpretarlas. 

viernes, 14 de noviembre de 2014

Palabra






Palabra, hermosa palabra.
Suenas a enredo,  a magia
a piedra filosofal
a incógnita y misterio.
A artilugio, alquimia y milagro.
Deberías ser esdrújula, palabra.
Suenas a jeroglífico y a malabarismo.
Bruja seductora, diábolo sonoro.
Escalo tu sonido y me deslizo,
ligera y audaz.
Me subo a tu extremo y henchida,
exploto.
Me rompo en pedazos

y me entrego. 

sábado, 8 de noviembre de 2014

La soledad



El nombre de Montparnasse proviene de "mont Parnasse", monte Parnaso en francés (en la mitología griega, hogar de las nueve diosas griegas, las musas, de las artes y las ciencias), nombre dado al escarpado barrio en el siglo XVII por los estudiantes que acudían al mismo a recitar poesía.




   Aquella mañana era como otra cualquiera, salí de casa con energía, yo diría que hasta excesiva. No sé por qué, pero tras una racha en la que estuve bastante irascible, ahora me siento bien. Dicen que después de la tempestad, viene la calma. Pero no sé qué pensar…Es cierto que las vacaciones me vinieron muy bien. Esos quince días pude hacer lo que quise, por fin pude asistir aquel concierto con el que había soñado desde niño. Además, Mari estuvo más relajada que de costumbre y pudimos dedicarnos al “dolce far niente”. Ella es más estresada que yo. A veces, pienso que si no fuera por ella todavía estaría pasando el rato como cuando tenía diecisiete años. En aquella época solo tenía dos obsesiones, el fútbol y María del Mar… ¡Ay, Mar todavía recuerdo tu pelo con aromas de Heno de Pravia! Lo cierto es que llegué al trabajo con ánimos, deseaba contarles a todos mis noches de vino y rosas… Allí solo había un gran grupo que discutían acerca de si el jefe sería cesado o no. Nadie me miró, a nadie pude mostrar mi cara bronceada, con nadie pude discutir acerca de si el trayecto a Montparnasse era el ideal…Y me hundí, esperando a que algún flotador me salvara.


sábado, 1 de noviembre de 2014

Élite o Elite





La palabra significa elegir, seleccionar. La aparición del término élite en el francés está íntimamente relacionado con los ideales republicanos, en tanto el concepto simboliza la demanda de que quienes ejercen el poder deben ser escogidos “por sus virtudes y sus méritos” y no por su origen familiar.





  Por fin, he alcanzado mi meta he logrado pertenecer a “la elite”, hubiera preferido el término “de pata negra”, quizás por aquello del buen paladar y su maridaje con el buen vino. Pero, no. Ese fue el término elegido por mi compañero de oficina, un muchacho locuaz y simpático que con aparente energía, parlotea sin descanso después de fichar cada mañana. 

   Acababa de volver del cuartito donde había acudido a solucionar uno de mis habituales problemas con la maldita fotocopiadora, ella y yo no nos llevamos demasiado bien. Ya saben, mantengo una relación amor-odio con la maquinita y así, y sin venir a cuento, me lo espeta: “¿Qué piensan las élites de todo esto?”. Con cara perpleja y mirando hacia detrás pregunté: “¿Es a mí?” Me hubiera gustado en ese momento tener un buen espejo para ver la cara de pasmo que debí poner. Pasaron décimas de segundo y logré comprender… Fui consciente de mi propia mirada y me arrepentí como en muchas otras ocasiones de ser incapaz de disimular mis emociones. ¡Lo que me faltaba antes el aparatejo y ahora el imberbe! Y contesté: “¿Cumplir años hace que pertenezca a la elite de la oficina?”. Una sonrisa bobalicona, fue su respuesta. Por mi cabeza pasaron varias ideas de modo fugaz: mi antiarrugas no funciona, ¿tengo aspecto de abuelita?... ¡No…! Por fin algo me había alegrado el día, has llegado a la ansiada meta, formas parte de los escogidos que ejercen el poder por sus virtudes y sus méritos.

  Miré los papeles que llevaba en la mano y ¡maldita sea!, esa vieja cacharra había vuelto a jugármela.