domingo, 30 de marzo de 2014

Erbania

 

 
 
 
   Al bajarse del avión, se había llevado la primera desilusión. La promesa de unas vacaciones soleadas se disipó al notar el viento frío y el cielo encapotado. Llevaba semanas planificándolo todo, había estudiado minuciosamente el mapa de la isla, el tipo de terreno, la vegetación existente, los sitios a los que acudir. Solo disponía de cuatro días en esa vida frenética que llevaba y que lo hacían desplazarse a lo largo del globo varias veces a la semana. Sin embargo, era de naturaleza optimista y una de sus principales virtudes era su capacidad de adaptación a las circunstancias más inverosímiles: compartir carne de cocodrilo con los caucheros brasileños, degustar escarabajo volador con las tribus ugandesas,…-Tendré que reorganizar mi plan-, se dijo.
   Una vez en el hotel, uno de tantos de una impersonal zona turística, desplegó su material, estudió los utensilios de los que disponía y la estrategia a seguir…La montaña mágica estaba  a pocos kilómetros de allí, de ella se había hablado mucho en los últimos años. La noticia de su posible acondicionamiento para construir en sus faldas un balneario había desatado la polémica entre detractores y defensores del proyecto. Afortunadamente, hacía tiempo que no se hablaba del tema. -He llegado todavía a tiempo-, pensaba mientras ordenaba meticulosamente toda una serie de botes de diferentes tamaños y formas.
  Primero estudiaría el terreno a la luz del día, más tarde cuando el sol hubiera caído y la oscuridad fuera total llevaría a cabo su plan.
   Aquella misma tarde alquiló un todo terreno que le llevaría al lugar exacto.
   La carretera se perdía en el horizonte dando la imagen de una serpiente negra e interminable. Al llegar al emplazamiento buscado, escudriñó los alrededores. Era necesario que, nadie supiera de su estancia allí.
   Un ruido de motor se iba acercando cada vez más, el destartalado vehículo deja una nube de polvo tras de sí.
-¿Anda perdido? Le dice un tipo mal encarado que mordisquea un habano
- No, muchas gracias. ¿Cree usted que lloverá?
El hombre con una mirada irónica –Eso quisiéramos, pero esa breva no caerá hoy. ¡Cuídese, cristiano!
Contrariado, coge la mochila y emprende la escalada. No quería que hubiera testigos de su visita.
    La tarde está declinando, los grises y ocres marcan el paisaje, las piedras crujen bajo sus pies. La montaña es frágil, quebradiza. Las lascas de traquita están por todas partes y sus paredes muestran resquebrajaduras geométricas que parecen haber sido esculpidas  por la mano del hombre. Entre las grietas crece algo de vegetación, en su mayoría se trata de tuneras con enormes púas. Saca el mapa, otea el horizonte y busca el sol adormecido, casi inexistente ya. Hacia el oeste, esa era la dirección correcta, se dice.  Apenas puede ya ver por dónde camina sin la necesidad de luz. Rebusca en la mochila y saca uno de tantos frontales que hacían de ojo artificial en muchas de sus andanzas. Con la imagen de un Polifemo del siglo XXI, varea todo escaso arbusto que encuentra. Los insectos caen atropelladamente en la trampa. El paraguas japonés: ¡Gran invento! Se convierte en el preámbulo de una muerte segura. No está claro si la recolección es exitosa, ya se verá mañana con la luz del día.
   El aire pese a estar en una región subtropical, es realmente gélido. Siente manar la nariz, tirita. Decide regresar de nuevo a la carretera. Las piedras se hacen notar debajo de sus botas, crujen, gritan lastimosamente. - ¡Maldito frío! No aguanto más aquí. Espero que haya caído – murmura consigo mismo castañeteándole los dientes fuera de control.
   La luz de su frontal parece irse debilitando, apenas alcanza un metro cuando en condiciones normales puede abarcar hasta los diez. Algo le roza la cara.- ¡Malditas tuneras!- Se toca la mejilla y sus dedos se manchan de algo de sangre. Aligera los pasos, los fragmentos de la roca van convirtiéndose en piedrecillas. A medida que avanza sobre el terreno, la montaña parece ir deshaciéndose a sus pies. El aire frío se ha transformado en viento. Deben de quedar unos doscientos metros para llegar a la carretera, mientras anda entretenido en estos cálculos, algo parece estar cerca.- ¿Cabras? Es extraño que todavía los pastores no las hayan llevado al redil. Es posible también que sea algún animal asilvestrado por las circunstancias. ¡Cómo empuja este viento!-  Unos ojos lo observan, tienen una mirada de desdén, de reproche al intruso que mancilla un lugar sagrado. Camina con parsimonia, con arrogancia, como aquél que tiene la seguridad de controlar todo el universo… Unos símbolos podomorfos le llaman la atención, son de distinto tamaño, instintivamente los rastrea, lo llevan hacia poniente. Un resbalón y… Los botes se desparraman por una abertura que ha descuidado en la mochila. El tesoro entomológico se pierde y camufla en la tierra, entre las pequeñas grietas de la montaña madre. La oscuridad no da ocasión a recuperarlo.- ¡Me cago en…! La decepción, el enfado no le han  permitido darse cuenta del propio dolor. El tobillo se empieza a hinchar- ¡Aghh! Lo aprieta con la mano con la esperanza de calmar el dolor que siente. Sin saber cómo ya ha llegado al asfalto, al deslizarse ha caído justo al lado del coche. No sabe si lo que le duele más es la extremidad o el haber perdido con seguridad, un descubrimiento importante. Su instinto le decía que la especie era buena, sin duda.  Y era su última oportunidad. Al día siguiente comenzaba el cierre definitivo del acceso, tras numerosos debates se había considerado la necesidad de que la montaña no fuera visitada por nadie, quedaría prohibido la escalada o cualquier actividad en sus laderas. Diversos estudios habían llevado a la conclusión de que el constante trasiego de caminantes y las características de su composición geológica hacían correr el peligro de que se deshiciera en arenisca. Además, existían en ella algunos yacimientos aborígenes que debían de ser preservados. Cojeando, abrió el coche y se sentó. Respiró tranquilo ¿Qué demonios le había ocurrido? ¿En qué momento perdió de vista las huellas horadadas en la roca?
   Desde arriba y pese a la negrura que lo invadía todo, no se había perdido el mínimo detalle de lo ocurrido. El lugar donde se une la tierra y el firmamento por fin estaba seguro. El “Axis Mundi” seguiría en el mismo lugar  donde desde hace milenios estuvo. Madre Tierra había velado por sus hijos y los había recuperado.

miércoles, 12 de marzo de 2014

La luz del cincel sobre la piedra II


Después del esfuerzo mental y físico, limpiaba el sudor que brillaba sobre su torso. Las manos ásperas y resecas palpaban el rostro con delicadeza. Su aspereza contrastaba con la suavidad de las facciones femeninas. La piedra se mostraba fría, sin obstáculos ni estorbos, sin rugosidades que le impidieran notar una textura límpida.

    En la esquina opuesta unos ojos aterrados y escrutadores lo observan mientras piden a gritos que cese la tortura. Ahora, la mujer ha perdido su cabello, su vista, su nariz… ¿Qué será lo próximo? Se pregunta temblando. El ladrón de belleza se acerca de nuevo hacia ella, palpa su pecho, lo estudia, lo memoriza… Ella siente que le arrebata su turbidez, su suavidad…

   De nuevo, un toque, dos, tres,…Una muesca, dos, tres,…                                             

  En la habitación solo se escuchan los pasos ágiles, casi frenéticos de un lado hacia otro. Se convierte en una danza convulsa, casi diabólica. Las pupilas del hacedor centellean implacables, estudian el talle, lo moldean, lo redondean…La aspereza se encuentra de nuevo con la suavidad de  las formas. El placer es intenso…

   En la esquina del terror, el corazón ya casi no palpita. Milo regresa de nuevo. Tantea, escruta, aspira el alma, se impregna de ella. La admira, la valora, la hace suya… Ella pierde su belleza y su luz… Aquella que el cincel sobre la piedra le arrebata para que nazca Venus.