martes, 16 de julio de 2013

El Postigo

La bruma rastrera suele aparecer a últimas horas de la tarde rodando por las montañas verdes y oscuras. Apenas a unos metros, las casas diseminadas escapan a sus lametones. Una hilera  de enormes castañeros determinan los límites de una de ellas.

   La vivienda es humilde y sencilla, en el tendido unos pocos geranios ponen una nota de color. En aquel lugar hay poco tiempo para el ocio y Rosarito se mueve de un lado a otro inquieta. Va descalza, vestida con un traje sin formas, de color negro o más bien pardo. Son muchos años de luto, aunque por un padre siempre es así. Tiene apenas unos diez años y es extremadamente delgada, pero ¿cómo no habría de serlo, si sólo come  boniatos y leche de cabra?

 

   -¡Ahora cojo esa mariposa que está en la huerta y me hago un broche con ella! Luego, me voy a la ciudad a pasear a la calle Real. Pero, ¿cómo será esa calle? ¡María, cuéntame cómo es la calle Real!

 

   María, agotada por el trabajo del día y con voz serena.

 

    -Rosarito, no tengo tiempo para tonterías y ven ya, que las corujas están fuera. Horita llega mamá y si no te ve dentro te va a castigar.

 

    La niña entra y se dirige a la pila para lavarse las manos y la cara. A través del postigo que hay encima de ésta ve cómo regresan de la ciudad sus vecinas. Las dos mujeres, madre e hija, suben alborozadas  barranco arriba acercándose a la casa. Llevan sendos sombreros de domingo, y Rosarito las observa admirada. Su imaginación  la lleva a una calle de adoquines donde bajo las luces tintineantes una señora con pamela y polisón la atraviesa. Al otro lado, un caballero con jipi la saluda cortésmente…

    Un trueno estremece la casa y un chaparrón repentino interrumpe su ensoñación.

Las vecinas aceleran el paso menudo ¡Es imposible luchar contra la lluvia! Sus mejores vestidos están ensopados y sus hermosos sombreros se desmoronan. Las mujeres se pierden en la oscuridad del camino…

     La lámpara de carburo ya está encendida en la cocina.

 

    -¡Rosarito! ¿Qué haces? ¡Tómese la taza de leche y a dormir!

 

   Tres días más tarde la chiquilla mete la cabeza debajo del chorro de la pila de la cocina. El sol cae de plano sobre las piedras que acotan el terreno, y un desfile funerario que rehace sus pasos camino del cementerio cercano, se vislumbra a través de los cristales.