La bruma rastrera suele aparecer
a últimas horas de la tarde rodando por las montañas verdes y oscuras. Apenas a
unos metros, las casas diseminadas escapan a sus lametones. Una hilera de enormes castañeros determinan los límites
de una de ellas.
La vivienda es humilde y sencilla, en el tendido unos pocos geranios
ponen una nota de color. En aquel lugar hay poco tiempo para el ocio y Rosarito
se mueve de un lado a otro inquieta. Va descalza, vestida con un traje sin
formas, de color negro o más bien pardo. Son muchos años de luto, aunque por un
padre siempre es así. Tiene apenas unos diez años y es extremadamente delgada,
pero ¿cómo no habría de serlo, si sólo come
boniatos y leche de cabra?
-¡Ahora cojo esa mariposa que está en la huerta y me hago un broche con
ella! Luego, me voy a la ciudad a pasear a la calle Real. Pero, ¿cómo será esa
calle? ¡María, cuéntame cómo es la calle Real!
María, agotada por el trabajo del día y con voz serena.
-Rosarito, no tengo tiempo para tonterías y
ven ya, que las corujas están fuera. Horita llega mamá y si no te ve dentro te
va a castigar.
La niña entra y se dirige a la pila para
lavarse las manos y la cara. A través del postigo que hay encima de ésta ve cómo
regresan de la ciudad sus vecinas. Las dos mujeres, madre e hija, suben
alborozadas barranco arriba acercándose
a la casa. Llevan sendos sombreros de domingo, y Rosarito las observa admirada.
Su imaginación la lleva a una calle de
adoquines donde bajo las luces tintineantes una señora con pamela y polisón la
atraviesa. Al otro lado, un caballero con jipi la saluda cortésmente…
Un trueno estremece la casa y un
chaparrón repentino interrumpe su ensoñación.
Las vecinas aceleran el paso
menudo ¡Es imposible luchar contra la lluvia! Sus mejores vestidos están
ensopados y sus hermosos sombreros se desmoronan. Las mujeres se pierden en la
oscuridad del camino…
La
lámpara de carburo ya está encendida en la cocina.
-¡Rosarito! ¿Qué haces? ¡Tómese
la taza de leche y a dormir!
Tres días más tarde la chiquilla mete la cabeza debajo del chorro de la
pila de la cocina. El sol cae de plano sobre las piedras que acotan el terreno,
y un desfile funerario que rehace sus pasos camino del cementerio cercano, se
vislumbra a través de los cristales.